martes, 30 de enero de 2018

Yo, Daniel Blake (2016)




Título original: I, Daniel Blake
Director: Ken Loach
Reino Unido/Francia/Bélgica, 2016, 100 minutos

Yo, Daniel Blake (2016) de Ken Loach


Tras haber anunciado que se retiraba, el veterano director británico Ken Loach volvía de nuevo a la dirección para ganar su segunda Palma de oro en Cannes con esta historia sobre un viejo y enfermo carpintero en paro escrita por Paul Laverty, quien ha sido su guionista habitual durante los últimos veinte años. Y como ya sucediera en el certamen francés, donde el estreno del filme fue recibido con una ovación de un cuarto de ora, el público de la Filmoteca de Catalunya ha acabado de pie para despedir, en la tarde / noche de hoy, a un siempre combativo Loach que terminaba el coloquio con los espectadores con estas palabras: "A lo largo del día, hemos hablado varias veces sobre la dificultad de mantener la esperanza en unos tiempos tan aciagos como los que estamos viviendo. Sin embargo, a la máxima oscuridad le sigue el amanecer. Por eso debemos decir bien alto, tal y como me enseñaron cuando rodé aquí Tierra y libertad en 1995: '¡No pasarán!'"

Actitud comprometida que se mantiene intacta en su última película, al igual que el interés por la educación como motor de cambio que haga avanzar al mundo: en I, Daniel Blake, aparte del habitual tono panfletario de denuncia social, Loach plantea la relación entre el protagonista y los hijos de Katie (Hayley Squires) en unos términos que recuerdan enormemente a los de un abuelo con sus nietos. En efecto: tanto Daisy como, sobre todo, el pequeño Dylan verán en Dan (Dave Johns) la figura paterna que nunca tuvieron, aprendiendo de su paciencia y saber hacer historias tan sugestivas para la aún inocente mentalidad infantil de los chicos como el hecho de que, estadísticamente, los cocos matan a más gente que los tiburones.



Ya durante el debate posterior a la proyección, el cineasta inglés ha señalado que personajes como Daniel Blake sólo saldrán adelante en la Europa actual si la izquierda es capaz de unirse y llegar al poder. Si no, nos arriesgamos a que aparezca otro Trump, con todo lo que eso comporta. Preguntado sobre cuáles fueron los directores que más le influyeron a lo largo de su carrera, responde que los italianos del neorrealismo o el Pontecorvo de La batalla de Argel (1966), aunque, de un modo especial, los checos Jirí Menzel y Milos Forman. Lo cual es bastante coherente con el discurso implícito en toda una filmografía dedicada a analizar las penurias de la clase obrera hasta llegar a este I, Daniel Blake, cuyos personajes (en el afán diario de lograr un subsidio de la misérrima administración pública) recuerdan la desesperada situación que encarnaran los actores no profesionales de títulos míticos como Ladrón de bicicletas (1948).

Es precisamente respecto a su peculiar forma de trabajar con los intérpretes donde Loach tiene las ideas más claras, puesto que al no revelarles qué es lo que les va a ocurrir exactamente a sus personajes consigue unas actuaciones mucho más verídicas. Así, por ejemplo, confiesa que en la ya mencionada Land and freedom vivió varias situaciones anecdóticas con la actriz Rosana Pastor. O en I, Daniel Blake, rodada en orden cronológico y en la que Hayley Squires apenas recibía fragmentos del guion antes de filmar cada escena. No hay tiempo para más preguntas: una nube de admiradores se cierne a su alrededor en busca del ansiado autógrafo, mientras Esteve Riambau se atreve a aventurar que lo convencerá para que visite de nuevo la Filmoteca en el futuro, tal vez con una nueva película. ¿Qué tiene este octogenario de aspecto frágil, que todo el mundo se lo rifa? Pues probablemente eso: que transmite sencillez en un sector, el de la farándula, en el que lo que abunda, con demasiada frecuencia, es el divismo y la arrogancia petulante. Algunos de sus colegas de profesión deberían tomar nota...


domingo, 28 de enero de 2018

Les adoptés (2011)




Título en español: Los adoptados
Directora: Mélanie Laurent
Francia, 2011, 96 minutos

Les adoptés (2011) de M. Laurent


Sentimental tirando a sensiblero: he ahí, a nuestro parecer, el balance del que fuera debut en la dirección de la actriz francesa Mélanie Laurent (París, 21 de febrero del 83). Y no es que hiciera un mal trabajo, ni mucho menos. Pero se nota que es la película de una realizadora primeriza, encantada de filmar a sus actores ahora llorando ahora riendo, lo mismo pellizcándose que discutiendo. Es, es ese sentido, un filme hecho por y para veinteañeros que fingen tomarse la vida a la ligera, pero a los que, en realidad, les encanta dramatizar y tomársela muy en serio.

Narra la historia de dos hermanas adoptivas que, llegadas a la edad adulta, siguen compartiendo apartamento en Lyon junto a la madre de ambas y el hijo de apenas cinco años de la mayor de ellas. Lisa (Mélanie Laurent) es madre soltera y aspira a consolidarse como cantautora; en cambio, Marine (Marie Denarnaud) posee una librería (L'écume des pages) especializada en narrativa anglosajona. Aun siendo muy diferentes entre ellas, son del todo inseparables.



Hasta que un día lluvioso irrumpe en la librería Alex (Denis Ménochet) y se enamora en el acto de Marine. Aunque ello tendrá sus consecuencias, pues ni Lisa conecta con Alex ni las hermanas están tan unidas como solían. Pero entonces ocurre algo terrible: al salir del trabajo, Marine es arrollada en plena calle por un vehículo y se queda en coma. Situación que se volverá aún más tremebunda cuando los médicos constaten que la joven está embarazada de tres meses. A partir de ese momento, Lisa y Alex irán limando sus asperezas hasta convertirse en buenos amigos.

A pesar del exceso de emotividad al que antes aludíamos, hay en Les adoptés, sin embargo, alguna escena bastante lograda, como aquella en la que Alex imagina que Marine, aun llevando varios meses ingresada en el hospital, sigue en el coche con él. Momentos, como éste, de una gran delicadeza, debidamente subrayados por la música a lo Érik Satie compuesta por Jonathan Morali, del grupo Syd Matters, y la fotografía de tintes apagados a cargo de Arnaud Potier.


F.E.N. (1980)




Director: Antonio Hernández
España, 1980, 106 minutos

F.E.N. (1980) de Antonio Hernández


Como ocurre con tantos títulos rodados durante la Transición, F.E.N. posee, ya desde su mismo título (las iniciales de "Formación del espíritu nacional", asignatura de obligado estudio durante el franquismo), una singularidad que la hace especial: lo que vamos a ver es, en realidad, un ajuste de cuentas, aunque habrán tenido que pasar muchos minutos hasta que, finalmente, seamos conscientes de ello.

Aprovechando las vacaciones de verano, Paco (Chema Muñoz) y Octavio (Joaquín Hinojosa) someten a tres sacerdotes de un colegio religioso a similares vejaciones que las que ellos padecieron durante su infancia. De modo que se invierten los roles y son los antiguos alumnos quienes llevan sotana y los curas quienes hacen gimnasia en el patio de la escuela.



Por su contenido abiertamente anticlerical, podría decirse que F.E.N. vendría a ser la pesadilla de cualquiera de los alumnos de ¡Arriba Hazaña! (1978), película en la que, curiosamente, también intervenía Héctor Alterio.

Por lo del intercambio de papeles, en cambio, entroncaría con clásicos como El sirviente (1963) de Losey, aunque tiene también su punto de Funny games (1997 o 2007) avant la lettre.


Dante no es únicamente severo (1967)




Directores: Jacinto Esteva y Joaquim Jordà
España, 1967, 75 minutos

Dante no es únicamente severo (1967) de Jacinto Esteva y Joaquim Jordà


Se ha repetido tantas veces aquello de que "Como no nos dejan hacer Victor Hugo, hagamos Mallarmé", que al final se ha terminado por considerar que la Escuela de Barcelona fue apenas un pecado de juventud de cuatro hijos de papá ociosos, acaso una gamberrada de la que conviene avergonzarse: craso error. Cualquiera que se acerque libre de prejuicios a una película como Dante no es únicamente severo forzosamente habrá de rendirse a la evidencia de que la verdadera vanguardia no era sólo la de Godard y compañía, sino sobre todo ésta.



Y no aparece en un momento cualquiera: además de la antesala del mayo francés y del Verano del Amor en San Francisco, 1967 es el año en el que se publican el primer álbum de Pink Floyd (The Piper at the Gates of Dawn) y el Sgt. Pepper's de los Beatles. Es decir: la contracultura llega a su auge, inundando de mensajes Pop tanto la publicidad como el arte en general. Y todo ese ambiente de ruptura generacional se respira (valga la sinestesia) en las imágenes filmadas por Esteva y Jordà.



También la Barcelona que capta su objetivo es el centro neurálgico de todo ese movimiento en lo que al Estado Español se refiere, vía de entrada (siempre que la censura lo permitiese) de nuevas tendencias por lo general mal asimiladas cuando no abiertamente rechazadas por el gran público. La capital catalana era, por aquel entonces, una especie de París de andar por casa en el que convivieron los novelistas sudamericanos del boom con la Gauche Divine de Boccaccio.

En su afán por contar historias, Serena Vergano encarna a una
especie de Scheherezade posmoderna

Pero lo curioso del caso, volviendo a Dante no es únicamente severo, es que aparte de las influencias confesas (hacia el final, Serena Vergano repasa la cartelera puntuando algunos títulos exhibidos en cines como el Comedia, el Alexandra y otros hoy, por desgracia, desaparecidos) se aprecia en determinados momentos un afán evidente de retomar el espíritu surrealista del Buñuel de Un chien andalou. Los continuos insertos de una operación de córnea así parecen indicarlo, de la misma manera que la metamorfosis de la mujer en otras es asimismo bastante buñueliana, con la salvedad de que Ese oscuro objeto del deseo es diez años posterior... ¿Simple coincidencia o pudo el genio de Calanda haberse inspirado en estos jóvenes diletantes? Poco importa: lo significativo es la conexión intelectual, la similar actitud iconoclasta que les llevó, en diferentes circunstancias históricas, a adoptar soluciones visualmente parecidas.



sábado, 27 de enero de 2018

El viajante (2016)




Título original: Forushande
Director: Asghar Farhadi
Irán/Francia, 2016, 124 minutos

El viajante (2016)


Como suele suceder en los grandes títulos de la historia del cine, El viajante transmite tal intensidad de principio a fin de la película que deja al espectador en un estado similar a la catarsis descrita por Aristóteles y otros tratadistas de la antigüedad clásica. Probablemente porque en Irán, a consecuencia del régimen impuesto tras la Revolución Islámica, las cuestiones de orden moral o que afectan directamente a la honra se viven muy a flor de piel.

Al igual que sucedía en Todo sobre mi madre (otro filme agraciado con el Oscar reservado a las producciones de habla no inglesa), los personajes preparan simultáneamente un clásico del teatro americano: Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, en el caso de Almodóvar, y Muerte de un viajante, de Arthur Miller, en el de Farhadi. Al margen de si ello pueda ser o no un truco para ganarse las simpatías de los académicos, el cineasta iraní, autor asimismo del guion, consigue que lo que está ocurriendo en la vida de los protagonistas discurra en paralelo con lo que luego interpretan sobre el escenario.



Ya al principio, una de las actrices se siente humillada por uno de sus compañeros de reparto porque interpreta el papel de prostituta: claro ejemplo de flash-forward que nos adelanta lo que está a punto de ocurrirle a Rana (Taraneh Alidoosti). Cuando finalmente se desencadenen los hechos, Emad (Shahab Hosseini) tendrá ocasión de comprobar cómo, a pesar de ser un moderno profesor de literatura, es incapaz de sustraerse al torbellino de pasiones suscitado a raíz de los comentarios de sus vecinos y compañeros.

Sed de venganza que va a poner en peligro la estabilidad de la propia pareja y que interpela al espectador planteando un dilema de difícil solución: ¿es humanamente comprensible que Emad necesite saciar su ira abalanzándose sobre el culpable o, por contra, ya va siendo hora de que la sociedad iraní entierre para siempre la ley del talión?


Nunca es demasiado tarde (1956)




Director: Julio Coll
España, 1956, 74 minutos

Nunca es demasiado tarde (1956)


Jorge (Gérard Tichy), el protagonista de Nunca es demasiado tarde, dice en una de las escenas iniciales de la película que "los sentimientos estorban". Por eso ha prescindido siempre de ellos, al menos durante los últimos doce años: ése es el tiempo transcurrido desde que se marchó de su pueblo, dejando embarazada a Isabel (Margarita Andrey) y prometiendo regresar "rico o nunca". Durante ese lapso de tiempo Jorge ha mantenido una cierta relación con Carmen (Isabel de Pomés), aunque la mujer, cansada de su frialdad, acepta casarse con otro joven que promete darle la casa que ella nunca tuvo. Ahora, tras fugarse con un sustancioso botín, el hijo pródigo vuelve a la familia que abandonó, aunque para entonces el padre ya habrá fallecido. Cuando regresa, sus dos hermanos y el vástago al que no conoce lo recibirán con una mezcla de alegría y desconfianza...

El contacto con el niño hará que vuelva a aflorar en Jorge una ternura que él creía perdida para siempre, aunque ya en el mismo instante del atraco se vislumbra un punto de humanidad al enemistarse con sus propios compañeros por el hecho de haber disparado contra el vigilante, algo que solivianta los ánimos de un hombre que no es tan duro como quiere aparentar. De modo que guarda las ochocientas mil pesetas en la funda de una máquina de escribir y se dirige a la aldea que lo vio nacer, esta vez con la intención de echar raíces definitivamente.



Claro que, hablando de imágenes memorables contenidas en Nunca es demasiado tarde, una es, sin duda, dicha funda, pero otra no menos original sería aquella cajita de papel que Jorge construyó para su hermano Luis (Mario Beut) y de la que salen aros de humo cuando se la oprime por un agujero que tiene en una de las caras.

La primera película que dirigía Julio Coll, a partir de un guion propio que le produce Alfonso Balcázar, se sirve de los típicos elementos del cine policíaco para terminar abordando la importancia del entorno familiar como único reducto posible de salvación para un bala perdida. El último plano del filme es, al respecto, enormemente significativo: Jorge, Isabel y el hijo de ambos caminan unidos en dirección a una iglesia mientras suenan las notas suntuosas de la banda sonora compuesta por Xavier Montsalvatge.

Gérard Tichy (Jorge) y Margarita Andrey (Isabel)

viernes, 26 de enero de 2018

Chile, una galaxia de problemas (2010)














Director: Patricio Guzmán
Chile, 2010, 35 minutos



A pocos días de la visita de Ken Loach a la Filmoteca de Catalunya, ayer y hoy le tocaba el turno a otro cineasta igualmente comprometido: el documentalista chileno Patricio Guzmán, una de las personalidades que más se ha destacado en la lucha por la recuperación de la memoria histórica en su país, al que define como "una cosa rara".

En Chile, una galaxia de problemas indagaba hasta qué punto se ha avanzado en materia educativa o en la modernización del ejército. Y el resultado no puede ser más desolador: ni los militares han dejado de lado sus prerrogativas ni la juventud está recibiendo una formación sólida que garantice el conocimiento exacto de lo que ocurrió durante la dictadura.

Uno de los testimonios más reveladores es el de un ex alto cargo de las fuerzas armadas, partidario de poner en valor tanto el dolor de las víctimas como el de los oficiales que se vieron obligados a cumplir tan terribles órdenes. O también el de la psicóloga que detalla el tipo de pacientes que han ido desfilando por su consulta en los últimos años, la mayoría de ellos procedentes de las clases populares y absolutamente traumatizados por las torturas que padecieron.


Chile, la memoria obstinada (1997)














Director: Patricio Guzmán
Canadá/Francia, 1997, 59 minutos



Hay un momento de Memoria obstinada que refleja como pocos el valor expresivo que el montaje puede llegar a tener en el cine: vemos unas imágenes del Estadio Nacional de Chile en 1973, con los militares apuntando a los presos allí encerrados, y, acto seguido, se pasa al mismo estadio muchos años después durante la celebración de un partido entre Colo-Colo y otro rival. Tal y como sucedía en el inicio de Tiempos modernos, donde Chaplin hacía que un rebaño de ovejas precediese a la entrada de los obreros a su fábrica, aquí se da a entender hasta qué punto el fascismo ha perfeccionado sus métodos, puesto que si la primera secuencia muestra a unos hombres dispuestos a dar la vida por unos ideales, en la segunda vemos a unos jóvenes dispuestos a morir por su equipo de fútbol... Curiosa perversión de las sociedades modernas, en la que los poderes fácticos han logrado alienar a las masas a través del deporte.

Casi veinte años después del golpe de estado pinochetista, Patricio Guzmán volvía al lugar de los hechos con la finalidad de localizar a varias de las personas que estuvieron junto al presidente Allende durante el asalto al Palacio de la Moneda y que ya aparecían en su mítico documental La batalla de Chile.

Resultado: un país amnésico cuyas heridas distan aún de haber cicatrizado y en el que aquel viejo documental continúa inédito. De ahí que sea proyectado en las facultades universitarias, donde una juventud bastante despolitizada (cuando no abiertamente favorable a la intervención militar) lo recibe con disparidad de opiniones. Conmueve, eso sí, comprobar que algunos estallan en lágrimas al ser conscientes de lo que supuso el gobierno de la Unidad Popular y la brutal represión que vino inmediatamente después. Una parte de su propia historia que les había sido arrebatada y por la que muchos de los participantes siguen aún desaparecidos.


C'est la vie (2017)




Título original: Le sens de la fête
Directores: Olivier Nakache y Éric Toledano
Francia/Canadá/Bélgica, 2017, 117 minutos

C'est la vie (2017)


Se equivoca Lluís Bonet Mojica cuando, en La Vanguardia de hoy, califica a C'est la vie de "pirueta comercial". En eso y en recordar por enésima vez el ya cansino sonsonete de que Nakache y Toledano fueron también los directores de Intocable. Porque si uno se para a pensar, bajo esa apariencia de screwball comedy hilarante con música de Avishai Cohen se esconden momentos de una conmovedora belleza rayana en lo tragicómico: pobres diablos que se esfuerzan en vano en aparentar el caché que nunca tendrán, sus personajes forman un heterogéneo grupo dedicado, con más pena que gloria, a la organización de banquetes de boda.

Encabeza el reparto Max (Jean-Pierre Bacri), ese hombre hastiado de un trabajo que no le gusta y a quien Josiane (Suzanne Clément), su compañera y amante, le ha dado un ultimátum: o deja de una vez por todas a su mujer para estar con ella o lo suyo se terminó. El fotógrafo Guy (Jean-Paul Rouve) tiene en común con su amigo Max el hecho de pertenecer a una generación analógica a la que ya hace rato que se les pasó el arroz, puesto que ni el uno ni el otro saben manejarse adecuadamente con las nuevas tecnologías: si el uno no se aclara con el corrector automático a la hora de enviar un WhatsApp, dando lugar a más de una situación embarazosa, el otro ni siquiera sabe lo que es una app...



No son los únicos desplazados: vestido con un lamentable pantalón de pijama cuando no está de servicio, al camarero Julien (Vincent Macaigne) le cuesta aceptar que ya no es profesor, razón por la que tal vez se dedica a corregir continuamente a todo el mundo. Como también resulta enormemente patético James (Gilles Lellouche), cantante de orquesta cuyo verdadero nombre es Étienne y que lo mismo canta en italiano que en portugués que en el idioma que haga falta (por supuesto, todos en su vertiente macarrónica). Se lleva a matar con Adèle (Eye Haidara), la temperamental asistente de Max, aunque ya se sabe que los que se pelean se acaban deseando y ellos no parece que vayan a ser una excepción a dicha regla. Por último, Pierre (Benjamin Lavernhe) es el arrogante novio que aburrirá a los comensales con un inacabable discurso tan pedante como soporífero.

Es, precisamente, cuando vemos a Pierre avanzar por los aires, en el momento álgido de su performance, que el espectador cobra conciencia del verdadero alcance dramático de ese grupo humano: "Y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / pero ninguno lo entiende". Le sens de la fête, título original del filme, nos muestra el gran teatro de la vida, donde cada uno interpreta su papel como buenamente puede y aun arriesgándose a que todo se vaya a pique en cualquier momento. Suerte que la pareja de tamiles que forma parte de la plantilla hará las delicias de los novios con un improvisado espectáculo que viene a demostrar lo ridículo de los sofisticados preparativos en plan rococó (con palacio versallesco y lacayos con peluca empolvada) que habían planificado con tanto esmero.


martes, 23 de enero de 2018

Primer (2004)




Director: Shane Carruth
EE.UU., 2004, 77 minutos

Primer (2004) de Shane Carruth


Primer reunía todos los ingredientes necesarios para convertirse en una película de culto: una trama aparentemente críptica, un exiguo presupuesto de apenas siete mil dólares y un joven talento capaz de escribirla, dirigirla, producirla, protagonizarla y hasta de componer la música. Desde Orson Welles hasta Christopher Nolan, de Ciudadano Kane a Memento, los directores que, como Shane Carruth, han sido capaces de levantar un primer proyecto tan sumamente original han visto recompensada su osadía con un lugar destacado en la nómina de cineastas audaces que cuentan sus seguidores por legiones de incondicionales.

Carruth recibió el espaldarazo definitivo gracias al Festival de Sundance, donde obtuvo un par de galardones, entre ellos el Gran Premio del Jurado. Nacía así el mito, cuya aureola de genio de las matemáticas reconvertido en director de cine se iría viendo incrementada con un segundo largometraje (Upstream Color, 2013) que hasta la fecha sigue siendo su último trabajo.



Aaron (Carruth) y Abe (David Sullivan), la pareja de ingenieros protagonista de Premier, logra obtener, casi por casualidad, un sistema que les permite viajar en el tiempo, lo cual genera diversas líneas temporales habitadas, cada una de ellas, por las respectivas copias de sus identidades. De modo que lo que tenía que ser una ventajosa forma de jugar en bolsa conociendo de antemano qué acciones iban a subir de precio, se acabará convirtiendo en una pesadilla en la que el doble suplanta al verdadero yo. Aunque dicho desajuste también comporta algún que otro momento notable a nivel humorístico, como cuando Aaron le confiesa a su compañero: "Oye, tío, ¿no tienes hambre? ¡No he comido nada desde la noche que viene!"

La clave para que un planteamiento de tales características funcione radica en conseguir dar con el equilibrio justo entre verosimilitud científica y una intrincada narración de los hechos que deje al espectador con la sensación de no haber entendido nada, dando pie así a numerosas especulaciones sobre cómo desentrañar el verdadero sentido de lo que se acaba de ver.




Cinefòrum 1 de febrer






Benvolgudes i benvolguts,

Ja tenim data per la segona sessió d'enguany del Cinefòrum Sant Miquel!

El proper dijous 1 de febrer, a les 17'30 h., al nostre saló d'actes, projectarem: Con la muerte en los talones, dirigida el 1959 per Alfred Hitchcock. Segurament que molts ja l'haureu vista, però potser no en pantalla gran (que sempre és un al·licient). A més, ens consta que els alumnes, tot i saber qui va ser Hitchcock, no han vist, en general, les seves pel·lícules.

El títol que hem triat no només és un dels més cèlebres del seu director, sinó que exemplifica a la perfecció la fórmula que li donà l'èxit a base de persecucions plenes d'obstacles i falsos culpables que s'acaben trobant, sense saber com ni perquè, al bell mig d'estranyes trames d'espionatge pròpies de la guerra freda.

Com sempre, hi haurà una breu presentació abans de començar i un col·loqui posterior a la projecció (en versió original en anglès subtitulada en castellà). La pel·lícula té una durada aproximada de 136 minuts.

Ja sabeu que l'assistència està oberta a tota la comunitat de l'escola: alumnes i ex alumnes, pares, mares, avis i àvies, personal no docent, professores, professors, antics treballadors del centre...

Hi esteu tots convidats!

Us deixem amb l'habitual selecció de cartells:







domingo, 21 de enero de 2018

Mes héros (2012)




Título en español: Mis héroes
Director: Éric Besnard
Francia, 2012, 88 minutos

Mes héros (2012) de Éric Besnard


Es increíble la cantidad de cosas que puede uno llegar a descubrir gracias a los extras de los DVD, sobre todo cuando contienen audiocomentario a cargo del propio director. Esta película, por ejemplo, tenía que haberse titulado Maman, pero como la actriz protagonista (Josiane Balasko) ya estaba rodando otro filme con ese mismo título, fue necesario cambiarlo por el no mucho más original Mes héros.

De Éric Besnard tenemos todavía reciente su último trabajo: Pastel de pera con lavanda (2015). Y ni ésta ni la anterior Mis héroes, que aquí ni siquiera llegó a estrenarse, pasarán a la historia como las mejores comedias del cine francés. No por nada en especial: tal vez porque se trata de productos convencionales dirigidos a un público sin mayor ambición que pasar el rato.



Maxime (Clovis Cornillac) es propietario de una flota de ambulancias y atraviesa una crisis matrimonial que no parece tener solución. Sin embargo, cuando se vea forzado a pasar un fin de semana en el campo con sus estrafalarios padres se dará cuenta de que, a pesar de que lleven cuarenta años de discusiones, aún se siguen queriendo. Olga, la madre (Balasko) es un auténtico torbellino, pesada como ella sola. Jacques, el padre (Gérard Jugnot) se dedica a fabricar lámparas y buscar champiñones en el bosque en compañía de su amigo Jean (Pierre Richard) para olvidarse de su delicado estado de salud. Pero eso no es todo: a Olga no se le ocurre otra cosa que esconder a un niño sin papeles para evitar que sea extraditado junto a su madre. El pequeño Tiémoko, siempre provisto de su pasamontañas naranja, irá poco a poco cogiendo confianza en su nuevo hogar, al tiempo que despierta en el viejo matrimonio un instinto protector que creían perdido para siempre.



Quien haya visto Le Havre de Aki Kaurismäki, Welcome de Philippe Lioret o Samba de Éric Toledano y Olivier Nakache a buen seguro que encontrará en Mes héros elementos que le resulten familiares, en especial esa actitud bienintencionada de querer convencernos sobre la necesidad de abrir las puertas a la inmigración. A quienes les divirtieran las comedias basadas en el contraste/conflicto intergeneracional tipo Vuelta a casa de mi madre (2016; también protagonizada, por cierto, por la Balasko) volverán a pasar un buen rato, esta vez a ritmo de góspel. Hay, incluso, hasta algún que otro guiño para cinéfilos: en un momento dado, la hiperactiva Olga obliga a Jacques a vestirse de Papá Noel con la finalidad de sorprender a su joven huésped. Situación que provoca las iras del hombre al grito de: "Le Père Noël n'existe pas !", en clara alusión al clásico Le Père Noël est une ordure (1982) de Jean-Marie Poiré, filme de culto en el que ambos actores ya habían coincidido y donde Jugnot se veía forzado a ponerse el mismo disfraz.


Fulano y Mengano (1957)




Director: Joaquín Luis Romero Marchent
España, 1957, 82 minutos

Fulano y Mengano (1957)


GUARDIA: Podrían ir más decentes. ¡Parecen pordioseros! 
CARLOS: (avergonzado) Tiene razón. Hay que adecentar la ropa. 
EUDOSIO: Podríamos comprar trajes nuevos... 
CARLOS: Lo más nuevo que haya en ropa vieja. 

Por su ambientación eminentemente neorrealista, Fulano y mengano forma parte de esa poco frecuente nómina de películas del cine español de los cincuenta y sesenta que se atrevieron a mostrar las estrecheces que padecía buena parte de lo que entonces se llamaba, no sin cierta ironía despreciativa, clases subalternas. Infrecuentes y, sobre todo, malditas, habida cuenta del celo con el que la censura franquista masacraba todo aquello que arrojase una imagen mínimamente divergente respecto a la versión oficial impuesta por el régimen. 

El inquilino (1958) o Surcos (1951), ambas de Nieves Conde; El pisito (1958) y El cochecito (1960) de Marco Ferreri; Plácido (1961) o El verdugo (1963) de Berlanga; Mañana... (1957) de Nunes y tantas otras, a menudo protagonizadas por Pepe Isbert o Fernando Fernán Gómez a partir de guiones de Rafael Azcona. En todas ellas (y aun en alguna más que no citamos) se respira la misma miseria, el mismo agridulce desencanto.



Quizá con un desenlace cómico presumiblemente concebido para agradar a los censores y que más bien desentona comparado con el planteamiento inicial, Fulano y mengano no dejaba en muy buen lugar ni a la justicia, puesto que Eudosio (Isbert) y Carlos  (Juanjo Menéndez) no dejan de ser dos inocentes encarcelados injustamente, ni al sistema penitenciario (la escena en la prisión presenta a los internos hacinados en el patio, vestidos con el burdo uniforme carcelario) ni mucho menos a la Seguridad Social (el padre de Esperanza fallece en condiciones deplorables tras serle administrados, tarde y mal, unos medicamentos muy caros) o al Ministerio de la Vivienda (no hay más que ver la casa ruinosa en la que acabarán refugiándose los protagonistas tras recuperar la libertad). Duras condiciones de subsistencia, como queda patente, que obligarán a los dos amigos, ya que son demasiado honestos y torpes para robar, a buscarse la vida mediante la venta ambulante de corbatas.

El guion de Suárez Carreño y de Jesús Franco destaca, por otra parte, por la ingenuidad con la que es caracterizado el trío protagonista, sobre todo el anciano Eudosio o la cándida Esperanza (el nombre ya lo dice todo). Lo cual es bastante curioso, ya que José María Nunes (otro outsider como Jess Franco) optó ese mismo año por atribuir una similar inocencia a los personajes de Mañana..., su ópera prima. En cuanto a Romero Marchent, del que no puede decirse que fuese nunca un autor dotado de un estilo personal, en esta película demuestra, sin embargo, una cierta tendencia al uso de ángulos picados y contrapicados con la que resuelve magistralmente la composición de más de un plano, sobre todo al rodar en el interior de la casa en ruinas, donde Carlos y Eudosio ocupan el piso de arriba.


sábado, 20 de enero de 2018

Agenda oculta (1990)




Título original: Hidden Agenda
Director: Ken Loach
Reino Unido, 1990, 108 minutos

Agenda oculta (1990) de Ken Loach


A pesar de que a priori nadie diría que un cineasta políticamente militante como Ken Loach pudiese tener algo que ver con el trío musical The Police, lo cierto es que sí que hay una curiosa conexión entre ambos: Stewart Copeland, batería del grupo, fue quien compuso la banda sonora para varias de las películas del director inglés. Títulos como Lloviendo piedras (1993), Riff-Raff (1991) y Agenda oculta (1990) llevan el sello inconfundible de su música.

La última de dichas cintas se centraba en el conflicto irlandés, en un momento en el que la lucha armada había alcanzado su momento álgido. Es al respecto interesante cómo, ya desde los créditos iniciales, se plantea visualmente la existencia de dos bandos irreconciliables: uno que considera, en palabras de James Fintan Lalor (1897-1949), que "Toda la propiedad de Irlanda, tanto moral como material, desde el sol y hasta el centro de la tierra, reside por derecho propio en los irlandeses" y otro que desfila, al son de tambores y fanfarrias, teniendo en mente lo que dijera la Primer Ministro Margaret Thatcher en 1981: "Irlanda del Norte es tan parte del Reino Unido como lo sería mi propio distrito electoral..."

Jessner (Frances McDormand) y Sullivan (Brad Dourif)


Posturas enfrentadas que se van a enturbiar aún más, si cabe, cuando desde los sectores más reaccionarios del conservadurismo británico se opte por la guerra sucia para acabar no sólo con los anhelos independentistas del IRA, sino también con el gobierno laborista. Complot, como se suele decir en estos casos, basado en hechos reales y que Loach, alejándose momentáneamente del realismo social y de los problemas de la clase obrera, denuncia adoptando un estilo cercano al de Costa-Gavras.

Es, en ese sentido, curioso constatar cómo la activista americana interpretada por Frances McDormand afirma haber estado en Chile investigando las desapariciones provocadas por el régimen pinochetista. Circunstancia ésta que emparenta a Hidden Agenda con otros thrillers de corte político como Missing (1982), aunque, en mucho menor grado, también habría algo de suspense a lo Hitchcock al recurrir a una codiciada cinta de casete como MacGuffin que hace avanzar la acción.

Kerrigan (Brian Cox) ayudará a Jessner a esclarecer los hechos

viernes, 19 de enero de 2018

Kes (1969)















Director: Ken Loach
Reino Unido, 1969, 111 minutos



Et malgré les menaces du maître
sous les huées des enfants prodiges
avec les craies de toutes les couleurs
sur le tableau noir du malheur
il dessine le visage du bonheur...

Jacques Prévert (1900-1977)
"Le cancre"

Prévert inmortalizó para siempre la figura del mal estudiante en un poema magistral que lo muestra atrapado entre las amenazas del profesor y los abucheos de sus compañeros. También Ken Loach, cuando aún firmaba Kenneth, haría lo propio mediante su segundo largometraje, centrado en la figura de un adolescente de clase obrera a quien el contacto diario con un halcón transformará en un ser cuya vida cobra repentinamente sentido a pesar del vacío que lo atenaza en el seno de una familia desestructurada. Vamos: algo así como una mezcla entre el Antoine Doinel de Los 400 golpes y el Azarías de Los santos inocentes...

Es, asimismo, posible, viendo los métodos empleados por la mayoría de educadores que aparecen en Kes, acordarse del recuerdo traumatizante que el sistema educativo británico infligió entre los miembros de la generación de Roger Waters, bajista y compositor de Pink Floyd que, primero en su álbum conceptual The Wall (1979) y, más tarde, con la ayuda de Alan Parker en la versión cinematográfica, diría aquello tan célebre de "We don't need no education / We don't need no thought control / No dark sarcasm in the classroom / Teachers leave them kids alone..."



Aunque no todos los profesores del joven Billy (David Bradley) contribuyen a la creación de "otro ladrillo en el muro" a base de crueles bastonazos en la palma de la mano: Mr. Farthing (interpretado por Colin Welland, años después ganador de un Oscar por el guion de Carros de fuego y único actor profesional del reparto) representa la nueva pedagogía del docente capaz de motivar al alumno interesándose por sus inquietudes y dándole protagonismo en el aula. En ese sentido, la escena en la que Billy se entusiasma explicando ante sus compañeros cómo se adiestra un halcón es bastante reveladora, así como una de las más emocionantes de Kes.

Será precisamente hablando con su maestro cuando el chaval nos aporte la clave del filme: "¡Es imposible domesticar completamente a un halcón! ¡Es un ave orgullosa e independiente! ¡No es una simple mascota sumisa!" Por eso se identifica con ella: porque Billy, a pesar de la alienación ambiental en la que ha crecido, no dará su brazo a torcer. Como su halcón, él pertenece a una raza de hombres dispuesta a rebelarse contra el determinismo que le empuja a ser un minero más, una bestia insensible como su hermano mayor.


jueves, 18 de enero de 2018

Les jours où je n'existe pas (2002)




Título original completo: Le Château de Hasard : Aura été : Les jours où je n'existe pas
Título en castellano: El Castillo del Azar: Habrá sido: Los días que no existo
Director: Jean-Charles Fitoussi
Francia, 2002, 114 minutos



Como a los personajes de Italo Calvino, al protagonista de Les jours où je n'existe pas le sobreviene una particularidad que lo convierte en el símbolo central de una parábola sobre las carencias del hombre contemporáneo. Así, por ejemplo, si en El caballero inexistente el guerrero Agilulfo, dentro de cuya armadura no hay nada, representa la vacuidad del individuo moderno, el Antoine de la ópera prima de Fitoussi, que sólo existe uno de cada dos días, plantea toda una serie de implicaciones metafísicas alrededor de la propia existencia y del azar que marcarán el resto de la producción fílmica del cineasta, hasta el punto de darle a toda ella el título genérico de Le Château de Hasard.

También hay algo de Julio Cortázar en el hecho de que los personajes de la historia que el tío (Luís Miguel Cintra) le explica a su sobrino salten de la ficción para irrumpir en la realidad del relato, un poco en la línea de cuentos como Continuidad de los parques. Con todo, parece ser que la verdadera fuente de inspiración de Fitoussi no partió ni de la obra del argentino ni de la del italiano al que aludíamos en el primer párrafo, sino de una novela corta de Marcel Aymé (1902-1967).



En realidad, si Les jours où je n'existe pas recuerda a algo es a las películas de Eugène Green, con cuyo estilo comparte no pocas similitudes: esa cadencia sosegada, repleta de tiempos muertos y silencios cotidianos; el uso puntual de la música clásica; la rigidez de los actores (la mayoría de ellos, por cierto, no profesionales) a la hora de decir el texto, con la mirada perdida en el vacío y pasando bruscamente del plano al contraplano… En fin, esos rincones del París más monumental, con sus cementerios y sus abundantes referencias literarias (en el buen sentido de la palabra) hacen pensar indefectiblemente en el mundo del realizador francés de origen americano.

También es fácil acordarse de Paulo Branco o de Manoel de Oliveira viendo el ritmo acompasado con el que Fitoussi capta el día a día de los personajes (si bien esa sensación de tiempo detenido está asimismo presente en el cine del ya mencionado Green). Lo cual, por otra parte, no es de extrañar, ya que, de hecho, tanto Sintra como Antoine Chappey trabajaron a las órdenes del centenario realizador portugués. Por último, cuando el protagonista visita su propia tumba y decide enterrarse él mismo parece cumplirse uno de los sueños de Buñuel, quien en el último párrafo de Mi último suspiro llega a decir: “Una confesión: a pesar de mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, acercarme hasta un quiosco de periódicos y comprar unos cuantos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, pegándome a las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, al abrigo tranquilizador de la muerte”.