sábado, 22 de julio de 2017

Escrito bajo el sol (1957)




Título original: The Wings of Eagles
Director: John Ford
EE.UU., 1957, 110 minutos

«I'm gonna move that toe!»

Escrito bajo el sol (1957) de John Ford


Un repaso somero a la extensa filmografía de John Ford nos permite saber que al menos dos de sus películas fueron dirigidas a partir de guiones escritos por Frank Wilber "Spig" Wead (1895–1947), a saber: Air Mail (Hombres sin miedo) de 1932 y They Were Expendable (No eran imprescindibles) estrenada en el 45. De lo que se deduce que el cineasta tenía buenos motivos para acometer un biopic de la talla de The Wings of Eagles. Puede que los valores implícitos en él resulten inasumibles para muchos espectadores a día de hoy (militarismo, violencia, patriotismo a ultranza, machismo, alcoholismo...) y que lo que en tiempos de Ford era visto como una virtud bajo el nombre de intrepidez, pongamos por caso, ahora se considere simple y llanamente imprudencia temeraria.

Sea como fuere, lo cierto es que en términos cinematográficos la vida de Wead dio para hacer una película casi redonda (lástima de ese mechón de pelo gris de Maureen O'Hara que no se cree nadie o de la voz en off inicial, presumiblemente la de 'Jughead', y que después ya no tendrá continuidad...), narrada con la firmeza de la que sólo eran capaces otro par de hombres de similares arrestos: el ya mencionado John Ford, que se cuela en la pantalla bajo su alter ego John Dodge (interpretado por Ward Bond), y un John Wayne que por una vez deja el Oeste para ponerse en la piel del aguerrido marine y aviador experto en batir récords. 



Seguramente en la vida real Wead debió de ser un hombre con luces y sombras (todos los hombres lo son), pero Ford y, sobre todo, Wayne consiguen dotar al personaje de una simpatía que va más allá de lo moralmente reprobable de sus acciones. Así pues, uno no tiene la sensación de que "Spig" actúe incorrectamente al anteponer lo marcial a lo familiar o de que no corresponda con el mismo entusiasmo a las incondicionales muestras de amistad con que el cabeza hueca de Carson (Dan Dailey) le ayuda a salir del atolladero en los peores momentos de su convalecencia. Sólo faltaría, tratándose de una producción concebida para infundir valor.

Porque he ahí donde reside el principal interés de un personaje que jamás tira la toalla, capaz de obrar el milagro de su recuperación al ritmo sugestivo de la consigna "¡Voy a mover ese dedo!" y que, lejos de acomodarse una vez alcanzado el éxito como escritor, se siente en el deber, a pesar de su movilidad reducida, de alistarse de nuevo tras el ataque a Pearl Harbor.


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