sábado, 20 de mayo de 2017

Heroica - Sinfonía heroica en dos partes (1958)




Título original: Eroica. Symfonia bohaterska w dwóch czesciach
Director: Andrzej Munk
Polonia, 1958, 87 minutos



Los Grandes Hombres, de cualquier modo que tratemos de ellos, constituyen ventajosa compañía. No podemos considerar, por imperfectamente que lo hagamos, un grande hombre, sin que ganemos algo con él. Es la viva fuente de luz, a la cual es bueno y placentero acercarse. La luz que ilumina, que ha iluminado las tinieblas del mundo; y no ya luz como de lámpara encendida, sino mejor todavía, como de luminar que resplandece por don del Cielo; fuente sobreabundante de luz, pudiera decir de nativo, original discernimiento, de virilidad y heroica nobleza; -en cuyo resplandor todas las almas sienten lo que es mejor para ellas. Del modo que sea, no os desdeñéis de caminar en tal compañía por unos momentos.

Thomas Carlyle
Los héroes, "Disertación primera"
Traducción de J. Farran y Mayoral

Compuesta entre 1803 y 1804, Beethoven le dio el nombre de Heroica a su tercera sinfonía para celebrar el recuerdo de un gran hombre: Napoleón. Pero, al traicionar éste los ideales de la Revolución francesa nombrándose emperador, el compositor cambió la dedicatoria. De lo que se deduce que las palabras de Carlyle, escritas casi cuarenta años después, deben considerarse más como humorada que no como docta disertación. En ese misma línea, las dos partes integrantes de la Eroica de Munk comparten un similar tono sarcástico acerca de las demoledoras consecuencias que tiene la guerra sobre la conducta del ser humano. La primera de ellas ("Scherzo a la polaca") resulta más cómica que la segunda ("Ostinato lúgubre"), pero en ambas se acaba llegando a una misma conclusión: lo absurdo de toda acción heroica.



Para Dzidzius Gorkiewicz (Edward Dziewonski) el asedio de Varsovia se limita a sacar provecho de la situación con tal de satisfacer su debilidad por la bebida. Poco importa que su mujer (Barbara Polomska) lo engañe con un alto mando de las tropas húngaras, pues para él lo principal es sobrevivir a toda costa. Y, en el colmo de su ridiculez, las circunstancias harán de Dzidzius un adalid de la resistencia, cuando, en realidad, no deja de ser un antihéroe.



Los oficiales recluidos en un campo de concentración en "Ostinato lúgubre" recuerdan un tanto a los que imaginara Billy Wilder para Stalag 17 (1953). Sólo que aquí cualquier atisbo de comicidad brilla por su ausencia. Con una puesta en escena sumamente teatral, cada uno de estos hombres sería la constatación de cómo la ausencia de humanismo conduce a la demencia: desde el estudioso que se encierra en un cubículo para aislarse hasta el que es encerrado en un falso techo por sus propios compañeros de celda. Todos ellos, al dejarse arrastrar por el mito de un supuesto recluso que logró evadirse, serían víctimas de un mismo delirio. Lo cual quedará patente, a nivel tanto visual como simbólico, en el plano final, con todos ellos dando vueltas alrededor del círculo central del patio (escena en la que, presumiblemente, se inspiraría Alan Parker, veinte años después, para Midnight Express).

Y, al margen de lo ya expuesto, ¿qué conclusión sacamos tras el visionado de este díptico? En primer lugar, que tanto el malogrado Munk (moriría en el 61 en accidente de tráfico) como su equipo dominaban el oficio al dedillo, destacando la fotografía de Jerzy Wójcik y la música de Jan Krenz. No en vano, son muchos los encuadres que destacan por su audacia, subrayados por la belleza de la partitura. Lo segundo: que habían vivido tanto (y en un período tan convulso de la historia de su país) que tenían mucho que contar. Aunque lo más importante, y quizá más definitivo, es que sabían cómo hacerlo. La prueba es que seis décadas más tarde el resultado sigue aún impactándonos.


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