lunes, 29 de febrero de 2016

Tarde de toros (1956)




Director: Ladislao Vajda
España, 1956, 75 minutos

Tarde de toros (1956) de Ladislao Vajda


Fueron habituales en el cine español de los cincuenta y sesenta las películas que intentaban aprovechar el tirón mediático de futbolistas, cantantes y toreros. Once pares de botas (Francisco Rovira Beleta, 1954), Los ases buscan la paz (Arturo Ruiz Castillo, 1955), los musicales protagonizados por Raphael, Aprendiendo a morir (Pedro Lazaga, 1962) o Chantaje a un torero (Rafael Gil, 1963) son solo algunos de los respectivos ejemplos que podrían citarse y a los que cabe añadir la producción que a continuación comentamos.

Tal y como se sugiere ya desde el título, el filme del húngaro Ladislao Vajda cuenta una historia que se desarrolla a lo largo de una tarde de toros. Filmado en gran medida en la plaza de Las Ventas de Madrid, con interiores rodados en los Estudios Chamartín, es un ejemplo interesante de lo que en su día supuso la fiesta nacional como entretenimiento popular durante el régimen franquista (aunque, como la película deja entrever, empezaba ya entonces a perder terreno frente al fútbol).

El cartel, "con seis hermosos toros de Antonio Pérez de San Fernando", contiene los nombres de tres célebres matadores cuyos destinos formarán el núcleo de la trama: Ricardo Puente (interpretado por Domingo Ortega) es el veterano altivo de arrogancia proporcional a su talento. En segunda posición le sigue el simpático Juan Carmona (Antonio Bienvenida). Dotado suficientemente para competir con Puente y atraer todavía la atención de los jóvenes promotores, Carmona sabe que una actuación destacada le supondrá un contrato muy lucrativo para ir a torear a Venezuela de cara al próximo invierno. Luis Montes, el tercer matador, tomará la alternativa hoy y así se convertirá en un torero con todas las de la ley si no le traicionan los nervios. Interpretado por Jesús Tordesillas, representa al héroe joven, alto y con apariencia de galán. Desde las gradas siguen sus evoluciones su padre, quien también fue torero, y la bella Ana María (Encarnita Fuentes), hermana de Carmona y locamente enamorada de él.

Antonio Bienvenida (Carmona) y Domingo Ortega (Puente)

Al mismo tiempo que los matadores se disputan la gloria en el coso, una subtrama muestra las andanzas de Manolo (Jorge Vico), un "niño" de la calle que, como tantos otros jóvenes extremadamente pobres, sabe utilizar su determinación y astucia innata para colarse en la plaza sin billete. Al igual que Montes, aspira a entrar en el círculo de los elegidos de la tauromaquia y, para ello, no duda en pedirle una oportunidad al orondo don César (Juan Calvo), quien lo rechaza airadamente. Así que se lía la manta (y el capote) a la cabeza y salta al ruedo como espontáneo, a la espera de llegar a lo más alto del toreo. Por su arrojo, los espectadores le aplaudirán cuando se enfrente valientemente a la bestia, pero las cosas toman un giro horrible al ser embestido por el toro.

Manolo (Jorge Vico) en el quirófano

Aunque también hay tiempo de recrearse mostrando la ignorancia de los extranjeros que acuden a la corrida. Así pues, los turistas franceses accederán al recinto cantando la marcha de la ópera Carmen de Bizet. O aquella bobalicona actriz rubia francesa que es honrada con el capote de Carmona y que no para de hacer preguntas tontas sobre todo cuanto acontece frente a ella. Otro de los momentos cómicos es el del niño cuyo padre lo ha llevado a Las Ventas para educarlo en la tauromaquia, pero que prefiere, en cambio, el fútbol, quizá debido a que la pelota estaba empezando a eclipsar a los toros como pasatiempo nacional.

Las actrices Jacqueline Pierreux y Tony Soler

El tono general de Tarde de toros es más bien el de un reportaje o documental cuidadosamente filmado en tecnicolor, si bien algunas de las tomas son, evidentemente, insertos de estudio (por ejemplo, el sonriente primer plano de Carmona, cosechando aplausos), aunque las escenas de lidia se corresponden perfectamente con los planos de los actores, y todo el conjunto forma un relato muy transparente. La vida y la muerte se dan la mano en el guion de Manuel Tamayo, Julio Coll y José Santugini, y se compensan con suma habilidad. Hay también, por otra parte, un equilibrio en los travelines temáticamente opuestos a lo largo de la barrera del público, mostrando primero la antipatía de la multitud hacia Montes y, más tarde, el cálido reconocimiento que le rinden a su triunfo con el segundo toro.

Con todo, y a pesar de contar con un notable reparto de secundarios (entre ellos María Asquerino, Pepe Isbert, Manolo Morán o Tip y Top en el papel de entusiastas espectadores) la película se resiente del hecho de que la parte testimonial acaba pesando sobre la trama de ficción, que da la sensación de terminar convirtiéndose en un engorro superficial y mal resuelto. Quizá por ello, el que se pretendiera presentar el filme como candidato a los Óscar de Hollywood en representación de España no tuvo mayor trascendencia.

domingo, 28 de febrero de 2016

Aprendiendo a conducir (2014)




Título original: Learning to Drive
Directora: Isabel Coixet
Gran Bretaña/EE.UU., 2014, 90 minutos

Aprendiendo a conducir (2014) de Isabel Coixet


Wendy (Patricia Clarkson), una mujer confortablemente instalada en la cincuentena, lleva toda la vida trabajando como crítico literario. Pertenece a la clase intelectual acomodada neoyorquina (algo así como lo que los parisinos llaman bobo o bourgeois-bohême), la misma que hemos visto hasta la saciedad en las películas de Woody Allen. Pero su mundo cimentado a base de seguridades empieza a desmoronarse cuando su marido le anuncia de un día para otro que la abandona. Para Wendy ha llegado, sin duda, el momento de aprender a conducir sola.

Learning to Drive es un título que debe ser entendido en su doble acepción: la de sacarse el carné de conducir (hasta ahora Wendy nunca lo había necesitado, pues era Ted [Jake Weber] quien la llevaba a todas partes) y la de tomar las riendas de la vida de uno mismo. Para lo primero contará con la ayuda de Darwan (Ben Kingsley), un profesor de autoescuela sij del barrio de Queens que llegó a EE.UU. procedente de la India en el 2000 como refugiado político y que ya es ciudadano americano. En cuanto a lo segundo...

Darwan, a su vez, también deberá aprender a "conducir" en cierto modo: aunque debido a su carácter metódico transmita paz y seguridad, lo cierto es que se le presenta un panorama un tanto incierto tras su matrimonio concertado con Jasleen (Sarita Choudhury), una recién llegada que apenas chapurrea el inglés y con la que tendrá que aprender a convivir.

Probablemente, Aprendiendo a conducir no supondrá el proyecto más personal de Isabel Coixet (parece ser que la pareja de actores protagonista la convencieron de que la dirigiera durante el rodaje de Elegy). En todo caso, se nota su toque en la forma de tratar las ensoñaciones de Wendy o en el modo como enfoca la relación con su hija Tasha (Grace Gummer), otro personaje en busca de sí mismo.

Por último, vale la pena destacar una curiosidad del reparto: el actor que interpreta a Peter (el banquero forofo del yoga tántrico con el que la hermana de Wendy pretende emparejarla) es Matt Salinger, hijo de J. D. Salinger, el mítico novelista autor de El guardián entre el centeno.



sábado, 27 de febrero de 2016

Dos hombres en Manhattan (1959)








Título original: Deux hommes dans Manhattan
Director: Jean-Pierre Melville
Francia, 1959, 84 minutos



Se ha dicho con bastante frecuencia que Dos hombres en Manhattan supuso una carta de amor que el director francés Jean-Pierre Melville le dedicó a la ciudad de Nueva York. A pesar de lo exagerado de dicho latiguillo, de lo que no cabe duda es de la pasión que Melville sentía por el cine negro americano. Y eso sí que se percibe tanto en esta película como en otras de su anterior y posterior filmografía, como por ejemplo Bob el jugador (1956), El confidente (1962), El guardaespaldas (1963), Hasta el último aliento (1966), El silencio de un hombre (1967), Círculo rojo (1970) y Crónica negra (1972).

Jean-Pierre Melville (Moreau) en el metro de NY

Escrita, dirigida y protagonizada por Melville, Dos hombres en Manhattan relata las andanzas nocturnas de un periodista de la agencia France-Presse y de un fotógrafo ávido de dólares. Juntos intentarán dar con el paradero de Fèvre-Berthier, miembro de la delegación gala en la sede de la ONU desaparecido (como se suele decir en estos casos) en extrañas circunstancias (aunque al destaparse la doble vida que llevaba no resultarán tan extrañas...)

Pierre Grasset (Delmas) y Jean-Pierre Melville (Moreau)

El periplo de Moreau y Delmas hasta localizar al diplomático les llevará a visitar los teatros de Broadway, unos estudios de grabación de música jazz, Times Square y otros lugares emblemáticos de la Gran Manzana. Aunque una vez descubierto todo el pastel se debatirán entre si lo más conveniente es vender una gran historia y hacerse de oro o bien guardar silencio para no perjudicar el interés general de las naciones, teniendo en cuenta que Fèvre-Berthier fue un héroe de la Resistencia que rindió servicios notables a la causa aliada.

La música jazz tiene un gran peso en la banda sonora

Llegados a este dilema los protagonistas optan por soluciones opuestas, lo cual supondrá un distanciamiento definitivo entre los dos amigos: uno prefiere acatar las órdenes de su superior y preservar el buen nombre de un héroe nacional; el otro está dispuesto a modificar la escena del crimen con tal de obtener la mejor instantánea, aunque las fotos deban ser robadas. Pero ambos estarán en realidad vendiéndose a sí mismos, consumidos por un sistema del que no son más que modestos peones.

Pierre Grasset (Delmas)

jueves, 25 de febrero de 2016

El pequeño Quinquin (2014)




Título original: P'tit Quinquin
Director: Bruno Dumont
Francia, 2014, 206 minutos

El pequeño Quinquin (2014)


Producida por Arte, la miniserie televisiva P'tit Quinquin (que se estrenó como filme de más de tres horas en nuestras pantallas) plantea no pocas similitudes con otros formatos de los que realiza la parodia gamberra descarada. Se hace difícil no pesar en Twin Peaks (1990) viendo al comandante Van der Weyden (Bernard Pruvost) recorrer junto a su ayudante Carpentier (Philippe Jore) los rincones de una tranquila localidad rural del norte de Francia que se está viendo sacudida por unas brutales muertes. Solo que en lugar de averiguar quién mató a Laura Palmer, deberán descubrir cómo puede acabar un cadáver troceado en el interior de una vaca. Claro que el peculiar Van der Weyden tiene algo del Monsieur Hulot de Tati; incluso parece, embutido en su gabardina y con aquellos andares desgarbados y torpes, un detective Colombo en su versión rural gabacha...

Van der Weyden (Bernard Pruvost)  y Carpentier (Philippe Jore)


¿Y la pandilla de críos? A medio camino entre La guerra de los botones y El pequeño Nicolás, Quinquin y sus amigos proyectan una mirada de pequeños salvajes sobre el mundo de los adultos. Son gamberretes, desobedientes y están un poco por domesticar, pero actúan de contrapunto a la esperpéntica  monotonía gris de sus mayores. Vamos: algo así como si Manolito Gafotas se hubiese colado en el universo surrealista de Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989).

En todo caso, esta fue la mejor película del 2014 para Cahiers du cinéma, siendo la primera vez que tal honor iba a parar a un producto televisivo.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Hiyab (2005)




Director: Xavi Sala
España, 2005, 8 minutos


Un instituto de secundaria de cualquier ciudad española. En un pasillo, la tutora habla con Fátima, una de sus alumnas. Hasta aquí todo normal. Pero Fátima es musulmana y quiere llevar la cabeza envuelta con el pañuelo ritual preceptivo que su religión marca para las mujeres (el hiyab que da título al cortometraje). Aun así, la tutora (en atención a las normas de convivencia vigentes para la enseñanza pública) insiste en que debe quitárselo si quiere acceder al aula. El dilema está servido...

Parece mentira que un simple trozo de tela pueda acarrear tantos inconvenientes, máxime cuando nadie repara en complementos similares que suelen llevar los demás alumnos pero que, al carecer de cualquier tipo de connotación religiosa, nos pasan totalmente desapercibidos.

Cuarto cortometraje del alicantino Xavi Sala (tras 60 años, Maleteros y Los padres), Hiyab estuvo nominado a los premios Goya y contó con el siguiente reparto:

Ana Wagener: Tutora
Lorena Rosado: Fátima
José Luis Torrijo: profesor



martes, 23 de febrero de 2016

La noche de Walpurgis (1971)




Director: León Klimovsky
España/Alemania, 1971, 85 minutos

La noche de Walpurgis (1971)


Cuando llegue el plenilunio y éste coincida con la noche de Walpurgis, la cruz que se fabricó con el sagrado metal del cáliz de Mayensa atravesará el corazón de los que sufren el maleficio de ser hombres lobo. Si esto lo realiza una mujer que ame al maldito y arriesgue su vida por él, la luz vencerá a las tinieblas y el alma del condenado recobrará la paz para siempre...

Puede que vistas con ojos actuales estas películas de terror de los años setenta den más risa que miedo, aunque no cabe duda de que ese es un valor añadido que también forma parte de su encanto. En La noche de Walpurgis, Paul Naschy (nacido Jacinto Molina Álvarez) volvía a ponerse en la piel de Waldemar Daninsky, el licántropo que interpretara por vez primera en el filme La marca del Hombre Lobo (Enrique López Eguiluz, 1968) y al que regresaría una y otra vez hasta contabilizar un total de trece entregas.



De entre tan copiosa saga, quizá La noche de Walpurgis ha sido el título con mayor predicamento, probablemente debido a la pericia del hispanoargentino León Klimovsky tras las cámaras así como al hecho de tratarse de una coproducción con Alemania, con la difusión que ello conlleva a nivel europeo. Sea como fuere, la sabia (y estética) combinación de bellas viajeras francesas con vampiresas etéreas, sangre a raudales, tumbas profanadas y ruinas medievales dio como resultado un irresistible pastiche kitsch precursor de la era del destape y debidamente sazonado por la banda sonora de resonancias yeyés a cargo de Antón García Abril.

Sólo falta para completar la estampa, en las noches de luna llena, un peludo hombre lobo que vaya saltando de aquí para allá en el decorado gótico de cartón piedra y alguna leyenda de apariencia centroeuropea con ínfulas literarias. Al fin y a la postre, se acabará demostrando que la bestia y las bellas son más compatibles de lo que cabía suponer en un principio y, al alba, los títulos de crédito cerrarán la trama (momentáneamente) hasta la próxima secuela.


Buscando al señor Goodbar (1977)




Título original: Looking for Mr. Goodbar
Director: Richard Brooks
EE.UU., 1977, 136 minutos

Diane Keaton (Theresa) y Alan Feinstein (Martin)


Hace algunos días comentábamos el filme de Barbara Loden Wanda, el cual en cierto modo coincide con Buscando al señor Goodbar (1977) en el hecho de presentar a una mujer que decide adentrarse en ambientes cada vez más sórdidos. La acertada elección de ambos para formar parte del ciclo Mujeres (bastante) perdidas de la Filmoteca de Catalunya se debe a la directora Isabel Coixet, quien subrayaba en el vídeo de presentación previo a la proyección de la segunda de dichas películas el olvido en el que parece haber caído. De hecho, durante mucho tiempo Buscando al señor Goodbar ni siquiera gozó de una difusión fluida en DVD. De todas formas, se comprende que un filme de estas características no haya envejecido del todo bien. Y no sólo por su banda sonora discotequera sino sobre todo por reflejar una sociedad puritana que cultiva aquello tan manido de las virtudes públicas y los vicios privados: hoy en día, en cambio, tal vez se esté más cerca del libertinaje que no de la represión.

En todo caso, la doble vida de Theresa (que no de Verónica) puede poseer algún punto de contacto con la del protagonista de la más reciente Shame (2011), por lo que tiene de adicción patológica compensatoria a todas aquellas actividades con las que pretende llenar su inmenso vacío vital. Vacío que no se acaba de comprender del todo viendo cómo se entrega a sus alumnos sordomudos y la devoción que estos le rinden. Se diría más bien que a Theresa, al margen de la estricta educación que ha recibido y del desengaño amoroso que le supone su relación con Martin (el profesor de literatura interpretado por Alan Feinstein), lo que la empuja hacia el abismo es su gusto por coquetear con los bajos fondos, quizá porque en los bares que frecuenta experimenta la falsa sensación de sentirse más libre.

Y ahí es donde entra en juego el tono moralizante de la historia. Aunque basada en un hecho real, el final de Theresa (uno de los más impactantes que se recuerdan) solo puede ser concebido como castigo a una conducta reprobable. "Quien mal anda mal acaba", parece decirnos Richard Brooks, quizá esperando que el espectador, escarmentando en piel ajena, tome buena nota de lo que no debería hacer.

Mucho más atractiva parece, por último, una forma de narrar en la que se utiliza la elipsis con maestría, enlazando una secuencia con otra mediante un ritmo a menudo frenético. Se aprecia, asimismo, una cierta tendencia a mezclar las ensoñaciones de la protagonista con la realidad, lo cual confiere al conjunto una apariencia por momentos onírica que se acentúa en escenas como la de la supuesta muerte del padre.

Richard Gere (Tony) y Diane Keaton (Theresa)

domingo, 21 de febrero de 2016

Nightcrawler (2014)




Director: Dan Gilroy
EE.UU., 2014, 117 minutos

La versión 2.0 de Charles Foster Kane

Nightcrawler (2014) de Dan Gilroy


Louis Bloom está dispuesto a todo con tal de abrirse camino en Los Ángeles. Es un tipo inteligente, astuto y. sobre todo, desprovisto absolutamente de escrúpulos. De ahí a trabajar para los canales de televisión sensacionalistas como reportero freelance sólo hay un paso...

El personaje interpretado por Jake Gyllenhaal se encuentra, por lo tanto, en la misma línea moralmente reprobable que el Jordan Belfort que DiCaprio compusiera para El lobo de Wall Street. No parece haber límites con tal de ser el primero en llegar al lugar de los hechos y, a poder ser, cuanta más sangre mejor: eso es lo que hace reventar las audiencias.

Claro que con tanta ambición parece inevitable que el bueno de Louis se lleve a más de uno por delante. En ese sentido, Nina (Rene Russo, esposa del director Dan Gilroy) y Rick (el londinense Riz Ahmed) tienen todos los números para pagar muy caro las consecuencias de haberse aliado con alguien como Bloom.

El título elegido para contar su historia le hace, sin duda, justicia, habida cuenta que nightcrawler significa 'gusano' y que crawler a secas es un adulador, alguien que hace la pelota para conseguir lo que se propone. Tanto si se escribe junto como separado, todas las acepciones posibles encajan a la perfección para definir a Lou Bloom.



Pero, al margen de las persecuciones automovilísticas a toda velocidad por las calles de Los Ángeles, lo realmente interesante del filme de Gilroy (primer largometraje que dirige tras haberse labrado una importante carrera escribiendo guiones, con títulos en su haber como Apostando al límiteEl legado de Bourne) es que plantea un relevo generacional en el mundo de los medios de comunicación de masas: la diferencia entre Louis Bloom y los reporteros al uso es que Bloom, carente de los reparos de la vieja guardia, siempre está dispuesto a ir más allá, valiéndose de unos medios que bordean peligrosamente la legalidad.

Por último, y como no podía ser menos, hay que ver qué pico de oro que tiene este muchacho, capaz de venderle un frigorífico a un esquimal. En ese orden de cosas, Nightcrawler es también una película sobre el poder de la persuasión. Y si no que se lo digan a Nina, la experimentada periodista que, sin embargo, terminará por sucumbir a los encantos de su joven pupilo.

De todas maneras, lejos de concluir con un final moralizante, y he ahí lo que en realidad debería alarmarnos, un filme de estas características viene a decirnos que los tipos hechos a sí mismos como Louis Bloom (algo así como la versión 2.0 de Charles Foster Kane) han venido para quedarse y que su labor como reporteros no es más que la primera piedra para levantar poderosas agencias de noticias que, más que informar, lo que buscan es ofrecer carnaza al populacho para tenerlo debidamente entretenido.

La verdadera cara de Louis Bloom

sábado, 20 de febrero de 2016

Mad Max: Furia en la carretera (2015)




Título original: Mad Max: Fury Road
Director: George Miller
Australia/EE.UU., 2015, 120 minutos

Dos horas de clí-Max

Mad Max: Furia en la carretera (2015)


Suponemos que a fuerza de repetir que esta película es una de las mejores del año pasado habrá quien se lo acabe creyendo. La verdad: tampoco hay para tanto. Y no lo decimos porque lo que cuenta no tiene ni pies ni cabeza (que no los tiene) sino, sobre todo, porque no destila inteligencia, que es lo que cabe esperar de los grandes filmes. Sirvan un par de ejemplos como muestra: en una de las escenas iniciales el sufrido protagonista (Tom Hardy) soporta a regañadientes, como un San Lorenzo moderno, que le tatúen en la espalda algunos datos sobre la composición de su sangre (que ya son ganas también, pero bueno...) El caso es que, al cabo de un rato, el sufrido Max se deshace sin mayor problema de las cadenas que lo sujetaban y se revuelve contra los malotes. Y uno se pregunta: ¿y no podría haberlo hecho antes y ahorrarse el escozor del tatuaje...? Más adelante, es el otro ejemplo que queríamos mencionar, al resignado Max Rockatansky lo han atado ahora al frente de un camión, desde donde sufre lo indecible con las torturas que le aplican. Pero cuando vemos que al cabo se zafa de sus ataduras como si tal cosa nos asalta de nuevo la misma pregunta: ¿pero por qué no te soltabas antes, hombre de Dios?

En fin, no vale la pena (como Cervantes con los libros de caballerías) perder mucho tiempo en analizar las incongruencias de un tipo de cine en el que se valora la espectacularidad por encima de todo. Y sí, admitámoslo: esta nueva entrega de Mad Max es visualmente muy atractiva. Pero tanto como lo pueda ser un videojuego. De hecho ambos productos van dirigidos al mismo público.



De todas formas, no son pocas las referencias cinéfilas que de forma más o menos evidente se pueden rastrear en Furia en la carretera. Lo del grupo variopinto en busca de algo y al que se van incorporando personajes podría compararse con El Mago de Oz (los parajes verdes hacia los que se dirige Furiosa comparten color con la Ciudad Esmeralda). Precisamente, cuando esta última descubra que su añorado hogar es en realidad el lodazal inmundo plagado de cuervos por el que ya han pasado se arrodillará con los puños en alto, en una pose que inevitablemente hace pensar en Charlton Heston frente a los restos de la estatua de la libertad en El planeta de los simios. Protagonizada por el mismo actor, Ben-Hur (la de William Wyler, of course) podría haber inspirado las cuchillas en las ruedas de los vehículos, que ya no son cuadrigas sino tráileres futuristas. Por último, tanto las orondas madres lactantes, como los pálidos secuaces de Immortan Joe, como el hecho de que los personajes luchen y se desplacen en busca de un elemento de vital importancia para la subsistencia (ya sea agua, leche o gasolina) remiten a En busca del fuego.

De todas maneras, las persecuciones más impactantes ni son las de Mad Max ni se rodaron en los desiertos de Namibia o Australia. Para nuestro gusto fueron las de La carrera del siglo (The Great Race, 1965) y  Los autos locos (Wacky Races, 1968-1970): más inofensivas, más de andar por casa, pero sin duda mucho más entrañables.



Las palabras de Max (1978)




Director: Emilio Martínez Lázaro
España, 1978, 93 minutos

Las palabras de Max (1978)


Quién le había de decir a Emilio Martínez Lázaro que al cabo de los años terminaría dirigiendo las películas más taquilleras de la historia del cine español. Mucho antes de los apellidos vascos o catalanes, mucho antes incluso de los lados de la cama (el uno y el otro), un joven y progre Martínez Lázaro debutaba en el largometraje (en solitario, puesto que antes había participado junto a Bellmunt, Chávarri y Vallés en la dirección de Pastel de sangre) con Las palabras de Max, ganadora en Berlín junto a Las truchas de José Luis García Sánchez.

Se trata de una película típica del cine de la Transición, producida por Elías Querejeta y protagonizada por su hija Gracia, Héctor Alterio, Myriam de Maeztu y el sociólogo Ignacio Fernández de Castro (1919-2011). Este último es Máximo Gascón, Max, un personaje que oscila entre la lucidez y el egoísmo, pero que a fuerza de darle demasiadas vueltas a las cosas acabará quedándose solo. Ya en la escena inicial (nueve minutos de llamadas telefónicas a altas horas de la noche, algunas de ellas a personas a las que hace años que no ha visto) revelan el carácter obsesivo de Max. En su aspecto un tanto desaliñado, en sus barbas y casi melena, se averigua la expresión de un medio loco. En realidad, quien pasó en el manicomio una temporada fue su amigo Julián (Héctor Alterio), con el que se reencuentra casualmente paseando por las calles de Madrid.



Separado de su mujer desde hace tiempo, Max suele dar largas caminatas junto a Sara, su hija adolescente (Gracia Querejeta). Aunque quien en teoría es un hombre progresista terminará por mostrar su lado más posesivo y controlador, lo mismo con Sara que con Luisa (Myriam de Maeztu), la joven cantante con la que ha entablado una relación sentimental.

Las palabras de Max, rodada a lo largo de cuatro etapas distintas comprendidas entre 1976 y 1977, no cuenta unos hechos en concreto sino que muestra la vida cotidiana de unos personajes hablando en sitios (de ahí el título). Lo malo es que las palabras del protagonista, un perfecto maniático obsesionado por su pasado y capaz de herir con sus comentarios a quienes le rodean, le conducirán irremisiblemente a la soledad.



viernes, 19 de febrero de 2016

La esposa del granjero (1928)




Título original: The Farmer's Wife
Director: Alfred Hitchcock
Gran Bretaña, 1928, 115 minutos

La esposa del granjero (1928)


Muy a menudo se ha dado por hecho que Hitchcock no fue un director de éxito en el terreno de la comedia. Sin embargo, dicha afirmación debe ser convenientemente matizada tras analizar sus filmes del periodo mudo. Revisando títulos como El ring (1927) o Champagne (1928) es fácil darse cuenta de que mucho antes de haber sido bautizado como el mago del suspense el director británico demostró tener pulso suficiente para el enredo. Tal es el caso de La esposa del granjero, basada en una exitosa obra teatral de Eden Phillpotts (1862–1960).

A juzgar por la risa desternillante de los asistentes a la proyección de esta tarde en la Filmoteca de Catalunya, se diría que la historia del maduro granjero viudo en busca de esposa mantiene intacta su chispa casi noventa años después de su estreno. Probablemente por la sabia utilización del montaje que hizo Hitchcock en una película que corría el riesgo de haber sido demasiado teatral: "la cámara está en la acción", confesaría a Truffaut años más tarde (El cine según Hitchcock, Alianza, página 49).

Lo ocurrido en su carrera con la llegada del sonoro y, sobre todo, tras instalarse en Hollywood ya es otro cantar: el fracaso de Matrimonio original (1941) y el éxito de sus filmes de intriga contribuirían a encasillarlo definitivamente, lo cual no fue óbice para que incluyera elementos cómicos en muchas de sus películas (Con la muerte en los talones, sin ir más lejos, sería un buen ejemplo de ello).

Fotografía del reparto de La esposa del granjero:
Hitchcock, en cuclillas, es el tercero por la derecha

Wanda (1970)




Directora: Barbara Loden
EE.UU., 1970, 102 minutos

¿Un pez llamado cómo...?

Wanda (1970) de Barbara Loden


Gran plano general. La diminuta silueta de una mujer avanza en mitad de un desolador paisaje de las afueras de cualquier suburbio industrial de Pensilvania. En la escena anterior la hemos visto siendo increpada por su marido ante el juez por no saber cuidar de sus hijos (la verdad es que su entrada en el juzgado, con retraso, fumando y con los rulos en la cabeza, no tiene desperdicio). Adónde le llevarán sus pasos a partir de ahora es una incógnita que se le irá desvelando al espectador conforme se adentre con ella en una aventura de consecuencias imprevisibles...

Descubierta por Elia Kazan, con quien después se casaría, la actriz Barbara Loden tuvo ocasión de escribir, dirigir e interpretar en 1970 el largometraje Wanda, apenas diez años antes de su prematura muerte a causa de un cáncer de pecho. Es un filme de una belleza conmovedora, en el que la influencia de corrientes europeas como el Free cinema, el cinéma-verité o la propia Nouvelle vague se asimilan con total naturalidad, como rara vez lo hizo el cine independiente americano.

En su huida hacia adelante, Wanda Goronski se dejará arrastrar por los acontecimientos hasta el punto de permitir que hombres indeseables como Norman Dennis (interpretado por Michael Higgins) abusen de su aparente inocencia humillándola de forma sistemática. Quizá por ello Isabel Coixet, en el vídeo de presentación que precede a todas las películas por ella elegidas en el ciclo que la Filmoteca de Catalunya le dedica estos días, se refiera a Wanda como una mujer perdida que, a fuerza de ser pusilánime, "acaba por caernos mal". Tal vez sea esta una forma exagerada o directamente equivocada de entender al personaje, pero lo que sí es cierto es que su actitud llega a desconcertar por no rebelarse ante las vejaciones a que se ve sometida. Puede que en la conducta de Wanda intervengan factores de tipo masoquista o autodestructivo. O puede que simplemente sea víctima de alguna variedad de enajenación mental transitoria.

En todo caso, sea debido a lo que fuere, lo cierto es que se verá mezclada en lances tan dispares como el atraco a un banco o una misteriosa visita a las catacumbas. Hasta le robarán sus pertenencias en un cine en el que se queda dormida viendo una película de Raphael (El golfo, 1969).

Barbara Loden es Wanda

martes, 16 de febrero de 2016

Tierra baja (1954)











Título original: Tiefland
Directora: Leni Riefenstahl
Austria/Alemania, 1934-1940-1954, 99 minutos

Tierra baja (1954)

El celebérrimo drama Terra baixa, estrenado en 1897 por Àngel Guimerà, inspiró la ópera del mismo título de Eugen D'Albert cuyo libreto fue escrito por el húngaro Rudolph Lothar en 1902. Sería a partir de esta versión que la cineasta alemana Leni Riefenstahl comenzara a trabajar a partir de 1934 con la finalidad de llevarla a la gran pantalla, si bien los avatares políticos y bélicos fueron demorando el proyecto a lo largo del tiempo.

Da miedo pensar cómo el planteamiento vagamente romántico de una Tierra alta, concebida por Guimerà como un mundo idílico de pureza y bondad, y otra Tierra baja, reflejo de una zafia sociedad campesina degradada por la explotación y el materialismo cuyos personajes son malvados y mezquinos, podía convertirse en manos de una directora vinculada al nazismo en una alegoría sobre arios y parias.

Se ha dicho incluso (y parece que hay bastantes indicios que así lo corroboran) que durante la filmación de la película fueron utilizados extras gitanos procedentes de un campo de concentración cercano a Salzburgo que posteriormente serían enviados a Auschwitz...

En todo caso, el universo recreado por Riefenstahl en su Tiefland tiene más de la España de charanga y pandereta de la Carmen de Mérimée y Bizet que no de la naturaleza primaria y agraz del dramaturgo catalán: el vestuario de resonancias andaluzas, los rebaños de toros y, sobre todo, las escenas de baile protagonizadas por la propia actriz/directora remiten a un sustrato folclórico que nada tiene que ver con la obra de teatro original. Y lo mismo ocurre con el montaraz Manelic, que aquí se transforma en un apolíneo Pedro.

De todas formas, el filme de Riefenstahl posee el encanto de haber sido rodado en espacios naturales de majestuosa belleza tanto en España como en los Alpes, las Dolomitas y el Tirol.

lunes, 15 de febrero de 2016

La ley del mercado (2015)




Título original: La loi du marché
Director: Stéphane Brizé
Francia, 2015, 93 minutos

La ley del mercado (2015)


Como tantos otros parados, Thierry Taugourdeau no tiene más remedio que comenzar de cero y adentrarse en las procelosas aguas del mercado de trabajo: currículums, entrevistas, empleos mal remunerados y por debajo de su categoría profesional... Y eso cuando no debe soportar las impertinencias de algún entrevistador o la ineptitud de algún funcionario incompetente. Aunque lo peor todavía está por llegar...

Tanto y tan convincentemente se ha metido en el papel Vincent Lindon que en el último festival de Cannes se hizo con el premio al mejor actor. A lo cual hay que sumar los casi diez minutos de aplausos con el público en pie que mereció la película de Stéphane Brizé. Por su temática y estilo (incluyendo a actores no profesionales en el reparto), La ley del mercado entronca directamente con filmes como Dos días, una noche (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014) o Recursos humanos (1999) y El empleo del tiempo (2001), ambas de Laurent Cantet.

Qué duda cabe que la precariedad laboral es un tema de candente actualidad, máxime cuando nos vemos abocados, como el protagonista de esta película, a trabajar finalmente en contra de los que padecen las mismas fatigas que uno mismo. Ni por su edad ni por su formación ni por su situación familiar podía permitirse Thierry el lujo de escoger, así que cuando se le presenta la oportunidad de trabajar como empleado de seguridad en una gran superficie cree haber resuelto momentáneamente la difícil circunstancia en la que se encuentran tanto él como su mujer e hijo.



El dilema moral está, pues, servido: ¿con qué derecho puede exigir a los clientes del supermercado, o incluso a veces a sus propios compañeros, que devuelvan los productos que pretendían llevarse sin pagar si él conoce en primera persona la necesidad que les empuja a hacerlo? He ahí donde radica en realidad la verdadera injusticia de un sistema a todas luces perverso.

Pero Brizé ha sido astuto calculando los tiempos: el primero en pasar por el cuarto de los pillados in fraganti es un arrogante joven de origen magrebí que ha robado un cargador de móvil. "¿Y qué?", se dirá el espectador: "sólo por lo jactancioso de su actitud merece ser detenido". Pero ¿qué pensar cuando por esa misma habitación vayan desfilando ancianos, amas de casa y hasta alguna cajera? Esa es sin duda la pregunta que se acaba haciendo el protagonista.

En todo caso, la lástima es que en la vida real no todo el mundo tenga la valentía de Thierry: quizá por ello, cuando en la escena final vemos alejarse su coche, nos queda la sensación de que el desenlace, aunque bienintencionado, peca un tanto de inverosímil. De ahí que se aplauda como gesto heroico lo que tal vez no sea más que una forma fácil de redimir conciencias. Y es que el personaje interpretado por Vincent Lindon no solo deja plantada a su empresa sino que también nos deja plantados a los asistentes a la proyección, como si nos retara a pasar a la acción dando a entender algo así como: "Yo ya he tomado una decisión: ¿hasta cuándo vais a seguir vosotros siendo espectadores pasivos de esta injusticia?"



domingo, 14 de febrero de 2016

El placer (1952)




Título original: Le plaisir
Director: Max Ophüls
Francia, 1952, 97 minutos

Le bonheur n'est pas gai...

El placer (1952) de Max Ophüls


Buena parte de lo dicho en la entrada anterior a propósito de Madame de... seguiría siendo válido al referirnos a El placer, la película que Max Ophüls estrenara un año antes a partir de tres relatos de Guy de Maupassant (1850–1893). De nuevo los largos planos secuencia, el gusto por el refinamiento decimonónico y la elegancia de una cuidadosa puesta en escena se hacen evidentes en un filme que fue claramente concebido para ensalzar la estética de un mundo que desaparece.

Siempre con la voz en off del propio Maupassant (el actor Jean Servais), se nos irán presentando los distintos episodios. El primero de ellos (también el más breve) tiene lugar durante un baile de disfraces y gira en torno a la misteriosa personalidad que se oculta tras la máscara de un "galán" que allí acude.

Le masque: ¿eterna juventud?

El segundo de los segmentos es asimismo el más elaborado y extenso. Todo comienza en una casa de tolerancia, aunque no una cualquiera: la madama que la regenta es una mujer con principios, así como distinguida es la mayor parte de la clientela que cada noche se da cita en el lupanar. Pero un cierto caos se va a organizar cuando la casa cierra repentinamente sus puertas. La razón es que una sobrina de la señora Tellier va a recibir la primera comunión y tanto ella como sus pupilas viajarán en tren hasta la pequeña aldea rural para asistir a la ceremonia.

La maison Tellier: Rivet (Jean Gabin) queda prendado de las meretrices

El último capítulo se centra en la relación de amor y odio que se establece entre el pintor Jean (Daniel Gélin) y su bella modelo Joséphine (Simone Simon): mientras son pobres y apenas se alimentan con latas de sardinas todo va bien, pero a la que él comienza a tener éxito como artista...

Le modèle: Jean (Daniel Gélin) y Joséphine (Simone Simon)

El nexo común de las tres historias es el placer, ça va de soi!, pero no en el sentido estricto del término sino más bien en el de la añoranza que se siente cuando se sabe que nunca más se ha de volver a experimentar, al menos con la misma intensidad. En ese sentido, en "La máscara" el tema sería el placer que proporcionaba la juventud; en "La casa Tellier", el placer de la pureza que se perdió por el camino y en "La modelo", el placer que experimentaban Jean y Joséphine antes de que la fama terminase con sus sueños de bohemia. Efectivamente, la lectura que hace Ophüls del placer vuelve a ser pesimista una vez más y de ahí la paradójica afirmación del amigo de Jean al finalizar el relato de los hechos: "la felicidad no es alegre".

Madame de... (1953)











Director: Max Ophüls
Francia/Italia, 1953, 105 minutos



Madame de... porta soudain ses mains à ses oreilles et, l'air égaré, s'écria :
- Ciel ! Je n'ai plus mes boucles d'oreilles ! Elles ont dû tomber pendant la valse.
- Non, non, vous n'en aviez pas ce soir, lui affirmèrent toutes les personnes qui l'entouraient alors.
- Si, je les avais, je les avais, j'en suis sûre, dit-elle et, cachant toujours ses oreilles dans ses paumes, elle courut à son mari :
- Mes boucles d'oreilles ! Mes deux cœurs ! Je les ai perdus, ils sont tombés ! Voyez, voyez, fit-elle en écartant ses mains.
- Vous ne portiez pas de boucles d'oreilles ce soir, répondit Monsieur de...

Madame de...
Louise de Vilmorin



Porque los pendientes son los verdaderos protagonistas de esta historia, claro... Max Ophüls no podía saberlo, pero apenas le quedaban cuatro años de vida cuando estrenó Madame de..., adaptación de la novela corta de Louise de Vilmorin. Tras su aventura americana, el realizador alemán dio lo mejor de sí mismo en cuatro filmes antológicos rodados en Francia que representarían, a la postre, su testamento fílmico: La ronda (1950), El placer (1952), la ya mencionada Madame de... (1953) y Lola Montes (1955).



En todos ellos se aprecia un gusto casi obsesivo por los ambientes decimonónicos así como la misma escritura caligráfica de un cineasta que supo hacer del plano secuencia su recurso más efectivo para llevarnos de la mano. El mundo en el que Ophüls sitúa sus historias, presidido por la elegancia, el refinamiento y la exquisitez, es un mundo que ya no existe: las sucesivas guerras mundiales se encargaron de dinamitarlo. Pero como le ocurría al novelista Stefan Zweig, Ophüls no puede sustraerse a la fascinación que sobre él ejerce la sofisticación europea de sus ambientes más distinguidos.

Louise (Danielle Darrieux) y Donati (Vittorio De Sica)

En Madame de... los carnés de baile, los carruajes, el boato de las veladas con frac y chistera, los duelos, los candelabros, el suntuoso vestuario (nominado al Óscar), los criados solícitos, los palacetes opulentos, los amoríos de opereta, los señores con monóculo... todo, absolutamente todo, actúa de marco ideal para una historia en la que los caprichos del azar no quieren que la protagonista se separe ni de sus preciados pendientes ni de los dos hombres entre cuyo amor se debate.

Jean Debucourt (el joyero Rémy) y la condesa

Acaso porque junto a los valiosos colgantes se alzan varios enigmas que les roban protagonismo: esta es una película que empieza y, sobre todo, acaba con un gran interrogante. ¿Cuál es el apellido de la señora? ¿Quién vence en el duelo final? De nada sirve preguntárselo, ya que quizá se nos ha ido dando la respuesta a lo largo de la historia: Louise es cualquier mujer de su tiempo, el prototipo de aristócrata que se deja llevar por los convencionalismos de su clase social, cuando no es víctima de ellos. Así las cosas, la hipocresía y la falsa moral rigen su vida como la de tantas mujeres de aquel entonces. No hay más que ver cómo el General André y ella se tratan de usted y duermen en camas separadas, al tiempo que ambos tienen sus respectivos amantes: él se las compone con Lola (la italiana Lia di Leo) y ella con el Barón Fabrizio Donati (el también italiano Vittorio De Sica).

Así que, si bien se mira, el interrogante final tal vez no sea más que un apunte pesimista, apenas una manera de decirnos que fuere el que fuere el desenlace habrá sido tan solo una veleidad más del destino antojadizo.

La condesa Louise probándose los pendientes de la discordia

sábado, 13 de febrero de 2016

Bernie (2011)




Director: Richard Linklater
EE.UU., 2011, 99 minutos

Bernie (2011) de Richard Linklater


Con cuatro años de retraso (y solo debido al éxito de Boyhood) se estrenaba en España Bernie, filme a medio camino entre la comedia macabra y el falso documental. Su director, Richard Linklater, volvía a contar con el actor Jack Black, con quien ya trabajara en Escuela de Rock (2003).

Ambientada en Carthage, una pequeña ciudad de Tejas, la película se basa en un caso real: el del afable empleado de funeraria Bernie Tiede, condenado a varios años de cárcel por el asesinato de la rica viuda Marjorie Nugent (interpretada en el filme por la veterana Shirley MacLaine). Al mismo tiempo que se desarrolla la dramatización de los hechos, se incluyen los testimonios reales de vecinos que conocieron tanto a Bernie como a la víctima, siendo mayoría quienes defienden al primero. Aunque tan insoportables resultan para el espectador el uno como la otra: Bernie por ser empalagosamente servicial y Marjorie por ser inaguantablemente grosera y antipática con todo el mundo (y en especial con Tiede, con el que cada vez se mostrará más posesiva).



El retrato que se arroja de aquella comunidad mediante dicha técnica no puede ser más demoledor: unos por ingenuos, otros por reaccionarios, la mayoría por obtusos, pero el caso es que nadie queda a salvo del feroz panorama dibujado en Bernie. Como Danny Buck, el fiscal del distrito, encarnado por un Matthew McConaughey que tiene la mano rota para dar vida a este tipo de personaje palurdo de la América profunda.

Y es que, tal y como ocurre con otros directores estadounidenses como Alexander Payne, el cine de Richard Linklater se caracteriza por reflejar la América real, la del sobrepeso y el puritanismo, la de aquellos que se muestran dispuestos a defender a un asesino confeso solo porque, siendo como es un as de la demagogia, ha sabido ganarse el afecto de medio pueblo con regalos (sufragados con el dinero de la difunta, huelga decirlo). Si lo pensamos fríamente, y eso es lo que da más miedo, tampoco hay tanta diferencia con lo que suelen hacer algunos políticos y candidatos a la presidencia.